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Buscar

perder y encontrar

  • criztel07
  • 13 may 2019
  • 6 Min. de lectura

Santiago iba de la mano de mi madre y yo de mi padre, los escuchaba hablar. Mi madre no dejaba de llorar, mi padre le gritaba que no fuera necia, que dejara de hacer espectáculo, se tenían que marchar en ese momento. Mi padre me tomó de la mano y llevó lejos. Santi buscaba como seguirnos pero mi madre los sujetaba de los hombros, negaba con la cabeza. Nos alejamos y los seguí con la vista hasta que desaparecieron. Nunca olvidaré la apariencia de mi hermano, el cabello color de la paja tan sedoso y revuelto como siempre, enmarcando su rostro afilado como las facciones de mi madre, su frente despejada, con unos ávidos ojos llenos de curiosidad y travesura teñidos de verde, una apariencia tan distinta a la mía, no me molestaba, estaba contenta al pensar que era más parecida a mi padre que al igual que mi madre era muy apuesto.

Pasamos a través de varios viajeros que esperaban su turno para partir. Llegamos a un pilar, sujetó mis hombros con sus grandes manos cálidas que siempre recordaría, apretando levemente los pequeños huesos que sobresalían de mi delgaducha figura de niña. De cuclillas me miró, sus ojos del color de la madera, oscuros, y profundos, calmantes, como un salvavidas en medio del mar, con esa misma calma me habló.

-Zoí perdóname…. no puedes seguir con nosotros, hay gente mala que nos persigue, y no podemos arriesgarnos a perder a nadie más, no me puedo arriesgar a que te lastimen, tienes que entender que lo que pasó esta noches no fue una película, las personas están dispuestas a hacerte daño -dijo con sus ojos llenándose de lágrimas- tienes que cuidarte bien y asegurarte de ser fuerte. Crece bien y sé feliz. Alguien vendrá por ti, sé buena y pórtate bien… eres y siempre serás mi hija pase lo que pase- con estas últimas palabras; palabras de despedida, decepción y abandono, se quitó una cadena dorada que llevaba prendida al cinturón. Al final de ella se encontraba un reloj de oro, uno muy soberbio que siempre me había gustado, me dio la vuelta y lo escondió en una maleta que llevaba puesta en la espalda, me miró de nuevo a los ojos, mis sentimientos solos estaban contenidos por el miedo, el hombre que yo había conocido tan valiente, la persona que creía me protegería siempre, desapareció. No pude despedirme ni decir nada, no sabía que había sido de Santiago, lo quería a mi lado, si él estaba conmigo no había nada que no pudiera enfrentar.

Me dejaron al abandono, una niña de siete años, entre la multitud, sola, de entre todos aquellos rostros buscaba a algún conocido. Veía perfectamente la tienda de la estación de autobús, con recuerdos que ni siquiera eran del lugar, planeado para aquellas personas que olvidaban sus obsequios o de otra manera intentan ocultar sus amoríos prohibidos… claro que a la edad de 7 años no lo comprendía o me importaba, ¿qué podría llamar mi atención a otra información más allá de que había sido dejada por mi familia? Era de esperarse que estuviera temerosa de lo que encontraría y entonces apareció él. Su nombre no lo conozco y dudo que alguna vez me pueda enterar, solo lo recuerdo como un hombre mayor, unos 60 años en ese entonces, se acercó a mí, con una mirada severa, mis lágrimas que no dejaban de llegar brotaron con más intensidad, buscaba a mis padres por todas partes, cuando me llamó por mi nombre.

- Zoí he venido a recogerte, te llevaré a un lugar seguro- me tomó entre sus brazos, caminando entre ese río de personas, de las cuales yo no sabía nada y no me interesaba, es el mundo de manchas que uno desconoce, pero para mí solo era el inicio. Caminamos un poco más hasta llegar a donde había un auto estacionado, la noche ya había caído, el cansancio de llorar y ese día tan agitado me tenían en lo último de mis energías, pero aun no podía dormir, el miedo que corría por mi cuerpo era más que mi agotamiento, nos acercamos al auto, abrió la puerta trasera, y fue ahí donde mi mundo se convirtió en algo más que blanco-negro.

Recargado en la ventana estaba un niño, bueno en ese entonces yo era también una niña, y sinceramente él es mayor que yo, tenía 8 años, su nombre: Cristol Besnik. Extraño, pero no tanto como él. El señor me dejó con cuidado en el asiento trasero. Cristol me observó con curiosidad, no como si fuera un bicho raro, sin embargo si con un poco de lástima. Era todo lo que hacía no preguntó nada, no preguntó quién era yo ni que hacia allí, o donde estaban mis padres, solo me miraba.

La verdad es que ya me imagino que tipo de impresión le he de haber dado, era una pequeña niña, un poco alta para mi edad, de cabello chocolate oscuro, una piel canela apiñonada, ese día llevaba un vestido azul marino, mi abrigo y botas porque había estado lloviendo, el aspecto normal de cualquier otra pequeña, que intensificaban la rareza cuando veías mis ojos hinchados y la actitud nerviosa que de ese momento en adelante me definiría. Mis lágrimas empezaron a llegar nuevamente, cascadas de mis ojos negros como la noche. Sin quitarme la vista de encima se acercó a mí. Él un chico con una piel pálida, facciones afiladas, con el cuerpo de un niño que no puede quedarse sentado, revolviendo su cabello azabache y profundos ojos castaños que brillaban.

El auto se puso en movimiento, acercó su mano a mi mejilla, me arrullo secándome las lágrimas lentamente, y como un leve secreto me dijo- no llores, todo está bien- aun si él lo había dicho así no pude dejar de llorar hasta que caí durmiendo profundamente con esas palabras de consuelo en mi mente, acunandome, sintiendo el suave roce de su mano en mi cabello, recostada en su rodilla.

Cuando desperté estaba en un lugar que no reconocí, una habitación grande y obscura, el pánico alcanzó a mi cuerpo y me puse a gimotear.

-ya es muy tarde para que estés llorando, creo que deberías dormir mejor.

A mi lado estaba otra cama que no había notado, y Cristol estaba en ella, me le quedé viendo y él, pensando que me podía haber pasado algo, se acercó a mí.

- ¿Tuviste una pesadilla?-acarició mi cabello, parecía un tipo de costumbre que él poseía- estas a salvo, nada te puede lastimar, aquí estoy yo contigo. Mi nombre es Cristol- sus ojos bajaron la mirada como esperando algo más o sin saber que decir en realidad- te cuidaré, no voy a dejar que nada te pase de ahora en adelante, ya no llores más, ahora solo duerme.

-Zoí - le dije algo insegura intentando esconderme debajo de las cobijas por lo Cristol no podía estar seguro de había sido yo quien había hablado.

-¿Qué dijiste?- su rostro decía la duda que ya me esperaba.

-Mi nombre es Zoí- le dije recobrando más mis fuerzas y haciéndome un poco más valiente.

-Hay que dormir, mañana será un largo día- la voz de alivio me decía que estaba sonriendo aunque por la poca luz tal vez haya sido mi imaginación.

-oye… mmm… puedo… ¿Puedo dormir contigo?- la inseguridad se había apoderado de nuevo de mí, había recordado en donde estaba y por qué, mi familia ya no estaba conmigo, solo me quedaba acercarme al único ser con vida próximo a mí, la única persona que tal vez aliviara un poco mi dolor.

Con esos ojos oscuros sentí que mi alma era descubierta, se metió en sus cobijas y destapó el otro lado, me levanté de mi cama y fui corriendo al abrigo de ese cálido aroma, no tenía pesadilla, de hecho es muy poco común que pueda soñar con algo, pero normalmente mis sueños suelen convertirse en realidad, aquello que las personas llaman deja vu, no es más que eso, sueños que ven hechos realidad, y aunque no fue una pesadilla si soñé. Estaba todo muy borroso, manchas negras y rojas, personas corriendo, gritando, pidiendo auxilio, alguien llamándome, buscándome desesperadamente, intentando encontrarme “pero estoy aquí.. ¿Qué no me ven?, ayúdenme no puedo salir, me quedo sin aire, ¡no puedo respirar!”

-es hora de levantarse- inhalé profundo súbitamente, di un gran suspiro, inhalé fuerte de nuevo, dolía, inconscientemente me había quedado sin aire en los pulmones.

La señorita de la casa nos estaba hablando, -levántense y a desayunar- cuando me di la vuelta Cristol estaba a mi lado, salté rápido de la cama antes de caer en mi trasero, entre al baño casi instantáneamente de recuperarme del susto que me había dado al encontrarlo observándome silenciosamente.

 
 
 

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