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Verona, la manzana de Idunn

  • criztel07
  • 13 may 2019
  • 6 Min. de lectura

Prólogo

Infortunio, es una palabra de la cual aprendí primero el significado y después su existencia, al crecer así me adapté lo mejor que pude al juicio de la sociedad, podía ignorarlo, la mayoría, aún así busqué la aceptación y el amor.

El amor, aquel ímpetu que de te da poder a prevalecer todas las dificultades, si fuera sencillo no sería tan valioso, un punto en el que al menos creo que todos estamos de acuerdo. Lo más sensato sería buscarlo como si la vida estuviera en manos de encontrarlo. Aunque la batalla sea dura las posibilidades de ser el vencedor son escasas, es más fuerte que el acero, que el diamante, y más bello que las estrellas, el sol, la luna, lo más bello es el amor.

Lástima que te percatas de ello en dos situaciones, la primera cuando estás tan envuelto en el que no puedes respirar, que cuando piensas en esa persona tus pulmones se vacíen, tu mirada se pierde en la inmensidad, en el pequeño roce de su cuerpo junto al tuyo, sientas caer en un abismo tu mundo, estás lleno de sensaciones indescriptibles, y al menor contacto la euforia te llena.

Sin embargo no todo es felicidad, la segunda opción es cuando lo pierdes, es tan magnífico amar que no quieres dejar ir esa prosperidad, como un hoyo que se abre en medio de tu pecho, un vacío inhóspito, una encrucijada sin caminos se abre en tu mente, se incrusta en tu cuerpo, se siente a través de tus entrañas, para lo que estamos aquí no lo encuentras después de haberlo tenido….o eso es lo que me han dicho ¿enamorada yo? Es para personas patéticas e inútiles, yo no me involucraría, incluso viéndome acechada, preferiría dar la vuelta y marchar. Malgastas tiempo y energía, tu mundo “está en manos de” alguien más, tu felicidad… ¡pero que chiste! las personas nunca se quedan, siempre te abandonan, ¿Por qué tendría que depender de alguien si se va a ir la final de cuentas? No, el amor no es para mí, así soy feliz y seguiré así.

Mi nombre es Zoí (al menos el primero) y vivía en un pequeño departamento, no muy grande pero acogedor, para una persona, ¿Qué porque estaba sola? En realidad fui abandonada, dejada a la deriva por mis muy queridos padres quienes siempre tuvieron cuidado de que no supiera el camino de vuelta a mi hogar.

Estaba en mi séptimo año de vida en ese entonces, no puedo decir que gozamos de lujos ni menos las mejores comodidades, éramos una pequeña familia, pero feliz, o eso es lo que yo pensaba, mi madre, padre y hermano Santiago, que aunque muy molesto sé que me quería, era del que más dependía y no me alejaba… entre buenos momentos, peleas y disgustos, todo se vino abajo en un solo día.

Mi padre trabajaba en una compañía grande de computadoras. Amaba verlo trabajar, lo que hacía era arte. Mi madre cuidaba de nosotros, Santiago quien es dos años mayor que yo (o era, ahora no lo sé, desde ese día no tengo noticias de ellos) a mi, y en ocasiones a algunos vecinos, de cierta forma pienso que era para sentir como que aún ejercía su profesión de maestra.

La vida era sencilla a esa edad, no había preocupaciones, al menos era lo que me parecía. En un instante, de lo grande que era la compañía de mi padre, se fue a la quiebra, las noticias decían que era debido a el lavado de dinero de algunas personas dentro. Por alguna absurda razón mi padre estaba relacionado, yo creía en él, que nunca podría hacer algo tan bajo como aquello, bueno lo hacía hace unos años, porque en ese entonces no tenía mucha capacidad de entender lo que estaba sucediendo, es decir, en el momento en que la noticia salió al aire era una de las personas más criticadas y buscadas del país.

Un día como cualquier otro tomó algunas cosas, a mi madre, Santiago y a mí y huímos. No estaba muy segura de lo que sucedía. Siempre escapando, como si fuera una novela nos escondimos en la oscuridad. Intentamos refugiarnos con los amigos de mi padre pero solo le daban la espalda rechazando cualquier trato con nosotros.

Después de haber pasado por tantos problemas, habran sido tal vez unos meses desde que salimos de nuestro hogar, fuimos a visitar una gran casa, aunque no nos dejaban pasar de la puerta de la entrada. El señor de la residencia discutió con mi familia. No nos podíamos quedar y teníamos que apresurarnos a salir, a desaparecer. Le pedimos asilo, ya no había manera de mantenernos juntos, sobre todo lo demás era lo que mi familia quería conservar, lo único que interesaba… de alguna forma, por lo que les decía presentí que había mucho peligro, no que no estuviera asustada porque la policía nos seguía, solo que sentí que algo mucho, muchísimo peor podía pasarnos. Que ellos no eran los únicos que nos buscaban, tenía la sensación de ser perseguida, de estar huyendo de algo más grande y desconocido. La sensación de ser vigilada, una paranoia a la que una niña de 7 años nunca debía de ser sometida.

Me puse a llorar, yo solo quería irme de ahí y regresar a nuestra casa, quería que nos dejaran tranquilos, que mi padre pudiera continuar con su trabajo, mi madre leyéndonos historias fabulosas y no que pareciera que estábamos en una de ellas. El dueño se conmovió de mis lágrimas y nos dejó pasar la noche ahí, solo una noche, sin embargo no como huéspedes, nos escondió en su almacén. Nos teníamos que quedar bien calladitos, me lo habían advertido más a mí que a Santiago.

En el exterior se escuchaban las voces de muchas personas, de niños, me parecieron conocidas, intenté asomarme pero mi madre me reprendió, teníamos que mantenernos ocultos y si estaba yo husmeando por ahí lo más seguro es que nos descubrirían, así que de malas me puse a llorar en silencio. Santi se acercó a mí y con la luz de la luna que entraba por la ventana me entretuvo haciendo sombras hasta que caí rendida.

Desperté solo porque la puerta del almacén se había abierto con un golpe, ya no se escuchaban voces, tal vez la fiesta hubiera terminado para entonces lo que solo podía decir que era ya entrada la madrugada. La persona que había provocado la conmoción era desconocida para mí, nos veía con malicia en los ojos. Sacó un arma y nos apuntó. En el reflejo que había en sus ojos pude ver con total seguridad que iba a matarnos. Escuché la inhalación de sorpresa y miedo de mi madre que me tenía acurrucada en sus brazos protegiéndome, detrás de ella estaba Santi y mi papá enfrente de todos. En el momento que se abrió la puerta mi padre brincó frente a nosotros para escudarnos con su cuerpo, no era la persona más atlética del mundo aunque se conservaba muy bien para su edad, es una buena forma de explicar en qué tipo de situación estábamos como para reaccionar de aquella manera al primer sonido.

Estaba muy asustada, no me movía y ni respirar bien podía. Jamás había visto una situación como aquella más que en la película que Santi y yo vimos a escondidas de nuestros padres, nos habían regañado severamente después de enterarse que había sido la razón de mis pesadillas, me habían jurado que no era real… ya no les creí jamás. No quería que nada nos pasara. Suplicaba por que fuera un sueño, porque solo fuera el recuerdo de la mala pesadilla. Me escondí en el cuello de mi madre, con su aroma a lavanda que nunca la dejaba, el calor que desprendía su cuerpo delgado y fino, esperaba que si la abrazaba despertara, pero no lo hacía, todo lo que pasaba era real, nos querían matar, querían deshacerse de nosotros, pero ¿por qué? No éramos malas personas.

Me armé de valor y le sostuve la mirada al desconocido, no sabía lo que pensaba hacer con eso, tal vez que le diéramos lástima y nos dejara. En cambio sus ojos se llenaron de rabia, estaba listo para acabar con nosotros. Por la manera en la que estaba intentando evitar a mi padre parecía que era mi vida la que iría primero que todos.

Detrás de la persona de la puerta apareció un joven, con el cabello de color del fuego brillando por la luna. El asesino no creo que se hubiera percatado de su presencia, estaba muy distraído buscando la manera de alcanzarnos así que no volteó a verlo, solo se enteró de él cuando lo derribó de un golpe en la cabeza. A parte de su cabello no supe nada de él, más que la mano que posó en mi cabeza para tranquilizarme solo un segundo, una corta mirada y una media sonrisa que apenas recuerdo, desapareció antes de que pudiéramos haberle dicho algo. Rápidamente nos tomaron y salimos a la noche.

 
 
 

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